Perdió la sonrisa en unos de esos momentos en los que el mundo se propone hacer que abandones tus deseos. Perdió los papeles y el buen juicio que siempre había tenido. Nadie se daba cuenta, nadie quería ver la realidad que le rodeaba y por si fuera poco todo esto, ella tampoco hizo nada por llamar la atención y pedir la ayuda que necesitaba. Se metió dentro de su pompa de acero blindado sin haber improvisado una puerta. Así que no pudo volver atrás, no pudo gritar más, ya que no podían oírla. Todos pasaban de largo pensando que ella estaba en aquella burbuja forjada en piel humana por gusto.
Siguió pidiendo auxilio durante mucho tiempo, las horas volaron dentro de su refugio sentimental. Los días se hicieron semanas, las cuales se tornaban en desesperantes meses y años. Nadie acudió. Nadie le dió importancia. Así que finalmente ella se acostumbró a vivir de ese modo y a relacionarse con los demás a través de su pequeño hogar.
Poco después, al despertar una mañana vió que no estaba sola, alguien había conseguido entrar en el órgano vital de su existencia, su bola de cristal. Era el momento de decidir qué hacer con el nuevo inquilino. —¿Estás dispuesta a permitir que vuelvan a herirte o crees que de verdad hay alguien que podría hacerte feliz? —no se contestó. La respuesta se dejó caer con el tiempo y sus intensos cuidados. Otra grieta en su frágil cuerpo y dejaría de existir para siempre.
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