12.11.09

Carretera a un adiós.

         Lo último que recuerdo es una lágrima corriendo por mi mejilla y tu mano apretando la mía, antes de soltarse. Hubo un silencio, el mundo acalló los gritos desesperados de los coches frenando entre tú y yo y dije tu nombre una vez más pero no te giraste y me sentí derrotada. Di un paso adelante saliendo del shock y aquel coche rojo rozó mi talón y siguió adelante… aún más rápido de lo que había llegado hasta mí. Tú miraste por fin y vi miedo en tu cara, alargaste el brazo y me hiciste rodear el coche que nos separaba en aquella carretera que estaba siendo testigo de nuestro final. Me llevaste a un lado, tirando fuertemente de mi muñeca y me pusiste contra un árbol, dándome la espalda con las manos en la cabeza, enfadado como de costumbre. «Eres idiota», dijiste un par de veces, la última en un susurro. Yo asentí, con una sonrisa nerviosa y limpié mis lágrimas en vano. «Por favor… abrázame» te lo había pedido mil y una veces durante las últimas semanas y siempre evadías mi petición, siempre decías que no había tiempo sino para huir. Como de costumbre tuve que ser yo quien te atrapase con mis brazos pero al menos esta vez me apretaste contra tu pecho y noté tu respiración agitada. Había sido un año difícil, el último mes había sido un infierno pero nunca me dejaste sola, nunca te diste por vencido cuando yo estaba ya vencida. Sentí de nuevo que te amaba, comprendí que eras todo lo que necesitaba en el mundo. Tu calor, tus besos, tus intentos de hacerme ver el mundo como algo menos penoso. Esa concepción tan grandiosa que tenías de mí, cuando yo solamente creía que era una más del montón, una perdedora, alguien que carecía de cualquier cualidad a destacar. Y sin embargo tú las veías todas y a menudo me reía de ti por creerme especial. Te traté muy mal y rehusaba a culpar mi vida, el sitio donde vivía, mi trabajo y la gente que me rodeaba, como si todo ello fuese una infección que no podía soportar. Soy consciente de que toda la culpa fue mía, me di cuenta en aquel momento, abrazada a ti junto a la carretera mal asfaltada que nos llevaba a donde tú habías vivido de pequeño. Durante todo el viaje me comporté como una imbécil consentida porque tú siempre me lo habías consentido todo. Había puesto pegas a la comida, a dormir en el coche, a tus intentos de besarme, a dormir pegada a ti, a compartir una manta… me odiaba profundamente. Pero me estabas abrazando, en el fondo me querías tanto como para perdonarme todo eso cuando yo era incapaz. Cogiste mi cara entre tus manos y la levantaste hasta que nuestros ojos estaban a la misma altura. «Tan idiota que no puedo apartarme de ti…». Sé que quisiste sonreír pero no podías y eso me puso triste pero intentaste curar esta nueva herida con un beso que fue más amargo de lo que podía imaginar. Fue entonces cuando me pediste continuar el viaje, terminarlo de una vez o que cada uno siguiese su camino… incluso te ofreciste a darme el coche para que regresara. Supe que lo mejor que podíamos hacer era eso, separarnos de una vez por todas, acabar esa relación que nos estaba consumiendo a los dos. Pero te pedí seguir una vez más ya que me sentía nada sin ti, tú me infundías toda aquella seguridad que tenía en mí misma, yo no era nada sin ti, dependía enteramente de tus palabras y menospreciaba las de todo el mundo aunque fuesen mejor o más acertadas que las tuyas. Volví de pronto a oír los insultos, la gente gritando, los frenos de un coche que estaba perdido ante aquel caos que habíamos formado y corrí a nuestro coche, el culpable de todo, bloqueando todo un carril por aquel derrape que habías dado en el arrebato final, antes de explotar y de decirme que estabas cansado de mí, que habías empezado a odiarme y no querías volver a verme nunca más. Nuestro sueño de vivir juntos una vida nueva había caído en picado. ¿Qué podía decir ahora? No dije una palabra, desde el asiento del copiloto apreté tan fuerte como pude el claxon y te vi llorar entre aquellos árboles desnudos por el otoño. Apretaste los puños y sentí que volvías asqueado, como si el abrazo de hace veinte segundos no hubiese existido jamás y fue entonces cuando deseé no haber existido yo jamás. Los conductores profundamente enfadados se metían en sus coches de nuevo, como si todo hubiese terminado por fin. Y entonces el mundo se sumergió en el mar, todo empezó a ir más despacio y tus pasos hacia el coche se ralentizaron, tus ojos en el suelo ocultaban el reflejo de lo que ocurriría frente a ti, mis manos apretaron una vez más el claxon y lo dejé sonar, los gritos mudos a mis oídos pasaban a ser un zumbido y solamente pude oír claramente aquel coche acelerando, cansado de la espera… y tú desapareciste de mi vista. Vi a toda aquella gente en masa socorriéndote y supe que debí haberme ido cuando tuve oportunidad, debí no haberte pedido que lo sacrificases todo por mí. Nunca debí haberte hablado en aquella fiesta hace dos años. Lo último que recuerdo es una lágrima corriendo por mi mejilla y tu mano apretando la mía, antes de soltarse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bonito.Lo has escrito tu?, mi Bella Princesa De Alas De Cristal De Swrousky. Te amo ♡ mi bebita.